La primera y más comúnmente extendida concepción de paz es aquella que establece una relación de oposición entre paz y guerra; y un estrecho vínculo entre paz, orden y control.
La concepción de la Paz Negativa hunde sus raíces en la tradición greco-romana:
En la Grecia clásica, la Eirene era entendida como el estado de ausencia de guerra, o el periodo intermedio entre conflictos bélicos que generaba armonía y tranquilidad al interior del grupo (pero no necesariamente fuera del grupo).
La Pax romana se entendía como sinónimo de orden y control (legal y militar) al interior del Imperio; lo que suponía la legitimación del uso de la fuerza por parte del Estado a través del ejército para garantizar la seguridad frente a potenciales agresiones externas, así como frente a posibles rebeliones internas.
En esencia, desde estos planteamientos, se considera “la paz como una unidad interior frente a una amenaza exterior (...) [donde] los aparatos militares aparecen como una necesidad de defensa y conquista de la paz y tiene sus expresiones en el desarrollo del militarismo y el armamentismo (a nivel nacional), y del imperialismo, expansión colonial y política de pactos y alianzas contra amenazas enemigas (a nivel internacional)”(Jiménez, 2009: 141-190). La paz negativa se desvincula de la justicia social, el respeto de los Derechos Humanos, o la dignidad de las personas.
Los principales rasgos de la Paz Negativa son: